segunda-feira, 30 de julho de 2012

Cinematógrafo: Zorba o grego


Sen maiores comentarios, aqui deixo un filme magnífico, baseado nunha novela magnífica do magnífico cretense Nikos Kazantzakis. Música tamén magnífica e famosísima. Sempre é posíbel (des)aprender a vivir outra vida en Grecia.
Un fragmento da novela, o momento en que o protagonista encontra a Zorba no Pireu:

Lo que me causó mayor impresión fueron sus ojos: burlones, ávidos, fulgurantes. Por lo menos, así me parecieron.
       No bien se cruzaron nuestras miradas –dijérase que confirmaba la creencia de que yo era precisamente la persona que él buscaba-, el desconocido alargó con firme movimiento el brazo y abrió la puerta. Pasó por entre las mesas con paso vivo y elástico y se detuvo ante mí.
-¿De viaje? –me preguntó-. ¿Para dónde? ¿A la ventura?
-Voy a Creta. ¿por qué me preguntas?
-¿Me llevas contigo?
       Lo observé con fijeza. Mejillas hundidas, mandíbula fuerte, pómulos salientes, cabellos grises rizados, ojos brillantes y avizores.
-¿Por qué? ¿Para qué me servirías?
       Se encogió de hombros.
-¡Por qué! ¡Por qué! –dijo desdeñoso-. ¿Acaso no puede el hombre, a fin de cuentas, hacer algo sin por qué? ¿Sólo por gusto? Pues bien, empléame, digamos, como cocinero. ¡Sé preparar muy buenas sopas!
       Me eché a reír. Agradábanme sus modales y sus palabras cortantes. Las sopas también me gustaban. No estaría mal, pensaba yo, que me llevara a este desmadejado hombretón hasta aquella lejana costa solitaria. Sopas y charlas… Daba la impresión de no haber rodado poco por esos mares de Dios: algo así como un Simbad el marino… Me gustó.
-¿En qué piensas? –me dijo sacudiendo la cabezota-. Llevas tú también unas balanzas ¿no? Tienes que pesar las cosas, gramo por gramo ¿verdad? ¡Vamos, hombre, decídete, ánimo!
       Estaba de pie, frente a mí, el flaco gigantón, y me cansaba levantar la cabeza para hablar con él. Cerré el Dante.
-Siéntate –le dije-. ¿Tomas una salvia?
       Se sentó, posando cuidadosamente el envoltorio en una silla cercana.
-¿Salvia? –dijo con desprecio-. ¡Patrón, un ron!
       Se bebió el ron a sorbitos, conservándolo un tiempo en la boca para saborearlo, luego dejándolo bajar lentamente para que le calentara las entrañas. Sensual, pensé, pero refinado.
-¿Qué oficio tienes? –le pregunté.
-Cualquier oficio: los que exige el uso de los pies, o de las manos, o de la cabeza, todos. ¡ No faltaría sino que uno escogiera oficio!

(De la novela Zorba el griego, ediciones Alianza-Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1973. Madrid, 1991)


 

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